Revelaciones 2013-2019

Revelaciones 2013-2019

Exposición individual en El quadern robat

15 de Noviembre de 2022 – 10 de marzo del 2023

Las situaciones límite son aquellas en las que ninguna medida permite resolverlas. En la filosofía existencial de Carl Jaspers, el ser humano llega a sus propios límites a través de la experiencia del sufrimiento, de la culpa, del destino, de los estragos provocados por luchas infructuosas y por la falta de confianza en el mundo. Jaspers fue el primero en utilizar este concepto en términos filosóficos en 1919, y desde entonces –de hecho a lo largo de toda la historia de la humanidad–, el ser humano ha tenido que transitar por infinidad de situaciones límite, y es en ese tráfico que se pueden producir cambios, bien avances, bien retrocesos. Thomas Hobbes, en su Leviathan, expuso los cimientos del estado moderno. Un estado donde la ley civil rige la sociedad para ejercer el control, pero el derecho de unos contradice el de otros, lo que aboca irremisiblemente al conflicto. La sociedad, basada en la competencia y la exclusión, pretende mantener la cohesión a través de un estado policial que defiende por encima de todo los intereses privados, desintegrando los vínculos comunitarios. Sin lugar a dudas, la imagen de un coche en llamas es un exponente de primer orden de una situación límite: se quemaron coches en Francia en las revueltas de 1981 en los suburbios de Lyon, y en las revueltas sociales del 2005, que empezaron en París y se extendieron rápidamente a otras ciudades de Europa. Pero más allá de eso, la imagen de un coche en llamas es un símbolo capaz de modificar nuestro estado de ánimo y situarnos de inmediato en una zona de peligro, en la conciencia de haber llegado a una situación límite.

Precisamente, los protagonistas de la serie Revelaciones de Toni Giró son coches en llamas. Se trata de una serie inédita, realizada entre el 2013 y el 2019. Giró se sitúa al borde del abismo, absorto en una imagen que le genera repulsa, pero que a su vez le atrae irremisiblemente. Se trata de la seducción de la esquina oscura, que, utilizando mecanismos perversos, hace que la gente condene la quema de coches, pero no se cuestione los hechos que la han provocado. Y ésta es la perversión del sistema, que utiliza la violencia que genera para justificarse y por tanto, perpetuarse. Por eso, en esta serie de dibujos, técnica y temática se fusionan: el claroscuro que consigue trabajando el polvo de grafito con las manos, trapos o gomas de borrar, subraya la ambigüedad moral de los efectos de las situaciones límite. Son dibujos que no describen sino que interpretan.

Toni Giró (Barcelona, 1966) es licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona. Su obra ha podido verse en Barcelona, Berlín, Copenhague, Praga, Madrid, Montpellier, Nueva York y Valencia, entre otras ciudades. Entre sus exposiciones más recientes destacamos Nada es posible, todo se mueve en el Centro de Lectura de Reus (Tarragona), y El obsoleto absoluto en Can Manyé, Espacio de Arte y Creación, Alella (Barcelona) en curso desde el 4 de noviembre de 2022.

El quadern robat

2 brosses en los ojos

Creación realizada durante el episodio de pandemia por Covid 19, a partir de dos poema de Joan Brossa, sugerentes por su capacidad de evocación visual.
Ante el confinamiento que ha conllevado la pandemia, la realidad habitual ha sido confinada y hemos tenido que ejercitar durante muchos días la imaginación para buscar espacios de liberación, evasión y disfrute. El arte y la poesía se han mostrado más necesarios y sanadores que nunca, por más desprotegidos que estemos sus trabajadores.

Catástrofe sin barbarie


Exposición en Arte Aurora Galeria,

Trafalgar, 36. Barcelona

Hasta el 20 de juny de 2019

 

Poéticas desde el futuro.  Mercè Alsina, 2019

En la exposición «Catástrofe sin barbarie», Toni Giró muestra un conjunto de piezas desarrolladas a lo largo de períodos extensos, a veces de manera sincrónica, a menudo con pausas largas y reanudaciones fortuitas, yendo y viniendo en el tiempo. Concebida como instalación, la propia disposición de las piezas podría hacernos pensar en una profunda reflexión sobre los cambios económicos mundiales y las nuevas tendencias del consumo, así como la forma en que nos afectan como individuos. Pero aunque efectivamente este pensamiento está presente en la exposición, las obras que la conforman proyectan una mirada retrospectiva sobre nuestra sociedad, o más bien sobre el rastro que de ella queda en los tiempos por venir, después de la devastación. Se trata, pues, de una inmersión en clave especulativa sobre el futuro. De hecho, no deja de ser un gesto apocalíptico en términos museísticos y con un cierto sentido del humor.

El vocabulario está extraído del marxismo, por ejemplo, o de tendencias diversas en el marco del capitalismo, para poner luego el dedo en la llaga sobre las grandes teorías económicas a partir de apuntes visuales y textuales con connotaciones más bien poéticas, al estilo de las narrativas orientales. Este es un gesto emocional, que coincide con la defensa que hacen Armen Avanessian y Suhail Malik de la necesidad de interpretar el futuro desde una concepción amplia de la poesía, sea en términos lingüísticos o estéticos.

En El tamaño de una bolsa, por ejemplo, Toni Giró asocia la acción de resistencia al hiper-consumismo con un juego de palabras a partir de la traducción de una afirmación de John Berger en que bolsa equivale al inglés pocket. Así, se genera una ambigüedad entre las expresiones bolsa de resistencia, bolsas de la compra, resistencia al consumo, bolsas de oposición a la compra compulsiva, bolsas de pobreza … y se producen una serie de juegos de palabras e imágenes que fluyen en una especie de espiral que se extiende como lo hace el paisaje de las bolsas, sin dejar crecer nada, un escenario de desolación, interminable, replicado al infinito.

Blister Suite II es un proyecto desarrollado a lo largo de varios años que se sitúa en una perspectiva que se proyecta hacia el futuro, casi como si fuera una consecuencia de El tamaño de una bolsa, a pesar de ser anterior. Esta es una pieza que desarrolla una prospección especulativa sobre la acumulación y el consumo material, entendidos como un grado más en la subordinación de lo humano a la organización técnica y social de las sociedades complejas.[1]

Estas dos obras, que tienen el formato de instalación, de paisaje de la era post, de sala de museo de la época post-económica, están separadas (o unidas) por una celosía que reproduce una construcción con las letras que conforman la palabra CATÁSTROFE. Catástrofe como bambalina, como juego de espejismos, de luces y sombras, pero también ‘¡Catástrofe!’ Catástrofe como punto final, entendido este como un tránsito del modelo de acumulación al modelo derivativo, que anticipa valores aún no fijados en el futuro y los hace operativos, a pesar de ser desconocidos, para extraer provecho de ellos.[2] Destrucción, pues, del sistema de relaciones económicas tal como las conocemos hasta ahora, porque en el tiempo-complejo especulativo, el presente se está desconectando del pasado.[3]

Para navegar en este mar de teorías económicas, Toni Giró recurre a citas de grandes pensadores de la economía mundial a modo casi de eslóganes de una resistencia apocalíptica, que se presentan leídos e interpretados desde el futuro como oráculos o profecías, como anuncios codificados de un cataclismo anunciado. En la era de la nueva economía, de la post-moneda, del post-dinero, el foco no se sitúa en el pasado como lugar de seguridad semántica, sino en el presente como condición de resistencia contra el cambio hacia un tiempo especulativo.[4] Así, el artista no hace una elegía del pasado sino que dispone preguntas sobre un futuro que se nos muestra como destrucción en el presente.

Esta es una estética de la arqueología post-humana que refleja el asombro del autor al constatar que todo ello es el escenario de una muerte anunciada, de una aniquilación consciente y premeditada que nos reduce a meros vestigios. Se trata pues, de una anticipación de un futuro aún no ocurrido, pero que urge hacer operativo para situarnos en el mismo terreno inestable y fluctuante de las operaciones económicas especulativas, que ya no están pensadas desde una lógica humana sino meramente abstracta, forzando límites relacionales que nos llevan a una nueva oscuridad. Quizá lo que nos separa del futuro -trasladando lo que Bruno Latour explica que nos separa de la Edad Media-, sean no tanto los siglos de distancia temporal, sino revoluciones copernicanas, cortes epistemológicos, rupturas epistémicas tan radicales, que no dejan sobrevivir nada del pasado (léase aquí presente), pues nada de él tiene que sobrevivir.[5] El problema aparece cuando este futuro se sitúa en el presente, porque solo puede tener la expresión de un cataclismo, puesto que arrasa el nuevo modelo (nuestro futuro) en su propio pasado (nuestro presente). De ahí la clarividencia de Toni Giró al mostrar el sistema económico (o sus rastros) como una mera reliquia, aunque, como anticipada, se active también como crítica y acción poética de resistencia.

Y esto nos lleva a la pieza que abre la exposición, Última Estrofa, que muestra las oscilaciones de un viaje subacuático de un billete de cinco euros, integrado en un escenario natural, inmerso en un ciclo orgánico. Pero al mismo tiempo acompañado de una música, obra de Antonio Escayola, que transmite la tensión sobre la que recae la sensación de que las imágenes son una alegoría de un sistema económico que navega a la deriva. En palabras del propio Toni Giró, son la anticipación del desastre, del arrasamiento que menciona Bruno Latour, necesario para poder construir algo nuevo. Como explica el artista, de hecho, para los griegos clásicos el término catástrofe (kata-estrofa) se refiere al último versículo o parte de una tragedia, y alude a la necesidad de poner fin a un texto para de iniciar una nueva escritura. En su caso lo hace con un guiño, ya que el vídeo termina con una cita de Kurt Vonnegut, un autor que especula sobre el futuro con clave satírica: «La economía es un sistema meteorológico desconsiderado… y nada más».

Con todo ello, Toni Giró constata que la riqueza, como señalan Theodoros Rakopoulos y Knut Rio, se ha convertido en un principio místico, oculto tras las formas visibles del capital, una sombra que acecha tras la configuración capitalista. Aparece como una antigua forma fósil, trabajando inconcebiblemente contra los ideales democráticos, transparentes y distributivos de la sociedad moderna. Así, se retira en el enclave de las nuevas aristocracias, pero la pérdida del aquí y ahora lo ha transformado de una categoría central para el bienestar común a una categoría distante, casi mitológica, que en vez de vigorizar las personas y los lugares donde radican, vigoriza el poder y el capital en el tiempo-espacios separados. Estos son los fósiles que nos muestra la exposición y los responsables, ahora, de nuestro asombro.

[1] Suhail Malik hace esta reflexión sobre el futuro en Armen Avanessian y Suhail Malik, (ed.) (2016). The Time Complex Post-Contemporary. Name Publications. De una conversación mantenida en Berlin el 29 de enero de 2016. p. 9

[2] Ibíd. p. 17

[3] Ibíd, p. 25

[4] Armen Avanessian propone acciones de resistència en Armen Avanessian y Suhail Malik, op. cit., p. 29

[5] Latour, B. (2007). Nunca fuimos modernos, ensayo de antropología simétrica. Buenos Aires:

Siglo XXI, p. 103-104.

Paisaje arqueológico

 

Paisaje arqueológic

– 2019. Aquí hemos encontrado un espacio para pensar. Fabra i Coats Centre d’Art Contemporani, Barcelona.

– 2017. Toni Giró EN RESiDÈNCiA en el Instituto Serrat i Bonastre.
Museo Frederic Marés.

Proyecto comisariado por la Asociación A Bao A Qu

Instalación. 400 x 316 x 400 cm
Contrachapado de abedul, caballetes, piezas de black foil de aluminio, 65 collages y videoproyección en loop

El proyecto #MONU #mentalismos ha sido realizado con los estudiantes Raquel Alemany, Aitana Besses, Gemma Calero, Judit Celaya,Sara Cendoya, Valentina Duchowney, Karen Duarte, Clàudia Gatell, Ale Hernández,Luana Hope, Steffanie Selena Carreño, Marvyn Orellana, Helena Pujol, Alaniz Romero, Alexandra Vijulan, Laura Vila, Jennifer Yarleque, Marusia Dereviantseva y los profesores Anna Gálvez y Jaume Olivé.Este proyecto nace de una paradoja: la adolescencia como etapa de tránsito sitúa su fuerza en la provisionalidad, en el hecho de ser proceso y trayecto. La adolescencia no comprende el estatus y en consecuencia, no se corresponde con la permanencia, con lo estatuario. Buscando la elección de posibles, ensaya inquietudes al abrigo de la memoria de la infancia reciente pero con el impulso de la proyección de futuro.
Mediante el trabajo sobre una elección de estatuas presentes en el espacio público cercano al Instituto Serrat i Bonastre, #MONU #mentalismes intenta poner en conexión la transitoriedad propia de la adolescencia con la permanencia de unas presencias escultóricas inicialmente opacas a los ojos de los jóvenes. La propuesta ha tenido tres ejes fundamentales que nos han ayudado a abordar la creatividad como pensamiento crítico:
– La arqueología, como método de recomposición e interpretación de la realidad a partir de los fragmentos, proyectada tanto retrospectivamente hacia el pasado como prospectivamente hacia el porvenir.
– El extrañamiento, como estrategia sensible hacia lo cotidiano para definir nuevos usos, significados y relaciones.
– La toma de posición respecto de las imágenes y objetos que nos rodean y que producimos.Sostiene Jacques Rancière que lo real es siempre el objeto de una ficción, de una construcción del espacio en el que se anudan lo visible, lo decible y lo factible. Es la ficción dominante la que niega su carácter de ficción haciéndose pasar por lo real mismo y trazando una línea divisoria entre el territorio de la realidad y el de las representaciones y las apariencias. El arte, como ficción, socava lo real consensuado, lo fractura y multiplica de un modo polémico. Así, las ficciones que genera, lejos de ser autoritarias, deberían permitir la apropiación por parte de nuevas ficciones singulares, diferentes y provisionales, como las propias de la adolescencia.

Esta obra ha sido realizada en el marco de la 8ª edición de Creadores EN RESiDENCiA los institutos de Barcelona, ​​un programa del Instituto de Cultura de Barcelona y del Consorcio de Educación de Barcelona, ​​ideado en cooperación con la Asociación A Bao A qu.

#ARTVEUIVOT

eutròfia

EUTROFIA. Toni Giró, 2014

http://www.artveuivot.cat/

Por el derecho a decidir y decidirlo todo.

El crecimiento en progresión geométrica durante treinta años de una alga verde en la superficie de un estanque, produce la asfixia de la vida subacuática en un solo año, a partir de la mitad de la ocupación de su superficie.

El deseo de crecimiento propio de la civilización occidental, ligado a la idea de progreso histórico y desarrollo infinito (sin final ni finalidad), caracteriza el capitalismo que ha colonizado el mundo globalizado, sobrepasa la huella ecológica sostenible y produce una excrecencia económica que ahoga la posibilidad de biodiversidad social y altera el curso del devenir.

Cuando un nuevo horizonte político se perfila como posibilidad esperanzadora para el futuro de un pueblo, este debe velar para no cometer los mismos errores de vanidad y sobreabundancia y ser consciente de que sólo con justicia social y cultura de base se llega al equilibrio feliz.

Toni Giró. 2014

Bustos. De cabezas del poder a cabezas rodantes

 

Entre los géneros canónicos del arte occidental, la representación de una parte por el todo ha sido una de las prácticas más frecuentes desde la aparición de la individualización de los personajes en el periodo helenístico .

En lenguajes bidimensionales como la pintura o la fotografía, el retrato permite definir los rasgos formales y hasta psicológicos de un rostro. Pensemos en el desarrollo de la fisiognomía (practicada por los grandes pintores del Renacimiento) como la paraciencia que estudia la fisonomía humana en función de las emociones y los sentimientos, y que se preocupa de estudiar el gesto como captación de lo inefable. Es fácil entender las funciones simbólicas y sociales que el retrato ejerce cuando es puesto en circulación, tanto sea en la esfera doméstica, ejerciendo como dispositivo activador de la memoria, como en la social, validando y dando cobertura a procesos de prestigio y proyección pública. Si bien esta necesidad de representar el rostro parece una constante, es con la escultura helenística cuando aparece por primera vez el pathos (la apelación a los sentimientos y las pasiones humanos) y por lo tanto donde se inicia el camino que nos lleva a la búsqueda y representación del carácter, el sufrimiento y los valores implícitos en la personalidad.

Salomé amb el cap de Sant Joan Baptista. Lucas Cranach

Otra línea a reseguir nos lleva a la representación cruda del corte de la cabeza como gesto, que se remonta iconográficamente a la escena de Salomé y la cabeza cortada de San Juan Bautista presentada sobre una bandeja. Por tanto, existe una vertiente del género que se vincula con el ejercicio de la violencia real o simbólica. En muchas culturas, las hazañas guerreras han requerido el ejercicio ritual de la violencia, y han dado lugar a escenas de cabezas degolladas que se muestran como botín de guerra, en una demostración pública de la victoria, el escarmiento y la burla del contrario. Tampoco es tan lejana la escena de la guillotina como artefacto mecánico que se interpone entre el verdugo y la víctima, para hacer más indirecta la administración de la violencia igualitaria aplicada por la justicia revolucionaria de la Ilustración.

En el caso de la escultura, el género del busto, entendido como una representación tridimensional de la parte superior del torso de un personaje o de su rostro, incorpora una dimensión pública al ser presentado en un escenario urbano. En este sentido es interesante la utilización de este género por el poder, que lo absorbe como una estrategia de propaganda y le confiere el valor de monumento, con voluntad de pervivencia en las páginas de la historia.

El deseo de proyección hacia la memoria de las generaciones futuras es una pulsión que parece ir de la mano del ejercicio del poder. La contradicción que supone presentarse como referencia moral o héroe modélico, por un lado, y la vanidad de ambicionar la ubicuidad de la propia imagen, por otro, muestran una problemática relación entre el pathos y el eros del personaje , entendido este último como la atracción propia del ejercicio del poder.

No es de extrañar pues que, cuando el péndulo de la historia cambia los turnos del poder, se produzcan actitudes iconoclastas que se esfuercen en dar salida a los impulsos de venganza real o simbólica aplicada sobre la imaginería producida por el régimen a derribar. Descabezar los monumentos, que en otro contexto se consideraría un acto vandálico punible, adquiere una fuerza compensatoria que alivia los sufrimientos y abre la esperanza a nuevas condiciones de vida y organización.

Pero no siempre se interrumpe de manera clara la perpetuidad de un sistema político impuesto. En España tenemos la experiencia de una transición que, con la justificación de preservar la paz social y la integración pacífica de los antagonistas, no hizo frente a las causas de la dictadura y a sus responsables, permitiendo que la iconografía dictatorial del régimen franquista ocupara, hasta no hace mucho, calles, plazas y monumentos.

Estas reflexiones surgen después de haber reactivado la presencia pública del polémico proyecto que Joan Brossa creó para el Ayuntamiento de Sant Adrià y pretenden poner en valor la dimensión combativa y comprometida a la que el arte debe aspirar si no quiere quedar preso en un reducto fetichista y mercantilizado. Brossa lo debió tener muy claro cuando optó por denunciar, sin miedo ni red de protección, la especulación urbanística y la mala praxis de toda política que fuera contraria al ejercicio de las libertades. En su antimonumento a Porcioles, encontramos implícitas algunas de las reflexiones que hemos apuntado.

 

(Este post ha sido publicado originalmente en  www.accionsiterritori.com)

> Cabezas cortadas, gestos iconoclastas

Notas sobre el artista, la imposibilidad de la decisión y el acontecimiento auténtico

Modelo de esperas para Anna Borrell, 1994-1995. Técnica mixta, algodón, contrachapado, fieltro, aluminio. 82 x 190 x 90 cm (escultura), 30 x 21 cm (papel, 4 c/u).

On és la saviesa que hem perdut amb el coneixement?
On el coneixement que hem perdut amb la informació?
T.S. Eliot, The Rock

Escriure aquestes notes sobre el Ramon Guillen Balmes em permet rememorar alguna cosa més que les afinitats compartides i reactiva els arguments que va detonar en mi.
M’explico: vaig tenir la sort de gaudir de la seva complicitat i companyonia a l’Escola Massana. De seguida ens vam fer bons amics; alguns deien que teníem estructures mentals paral•leles, no ho sé pas. Amb el pas del temps, el que puc dir és que el trobo a faltar com a amic, però també com a artista.
No sabria gaire si enyoro més la seva ironia punyent, les seves reflexions sinuoses fins arribar a l’objecte de debat, els llargs i intensos silencis de complicitat quan teníem alguna qüestió comuna entre mans, o la seva tendra consideració cap a la meva persona com a col•lega. Poques vegades he trobat en el decurs dels anys algú tan generós amb els seus companys de professió i, més encara, amb els que generacionalment estàvem un graó per sota.

Vaig compartir força estones del seu treball creatiu i no oblido la intensitat i coherència dels seus plantejaments. Quan dic coherència, hauria de parlar de la seva finesa intel•lectual, sempre distanciada dels saberuts i propera a l’experiència de l’ofici. L’endimoniada intuïció que en Ramon desplegava en tots els aspectes del seu treball el portava lluny, amb un rigor i una confiança que feien aflorar constantment projectes en les seves llibretes i peces de gran calat que omplien prolíficament el seu obrador. Els seus dibuixos i escultures naixien d’un mètode creatiu molt destil•lat, on la distància entre el projecte i la realització era tan estreta que sempre permetia constatar els valors tàctils de la seva obra en qualsevol de les fases del procés d’execució.

Pensant en la manera de treballar del Ramon Guillen Balmes, em venen al cap les paraules d’Hélène Cixous, quan diu que l’única possibilitat de la cosa és l’experiència de la impossibilitat. Vull dir que em sembla que la necessitat de fer del Ramon era tan intensa perquè sempre feia més del que podia fer, desenvolupava possibilitats que anaven més enllà de les que ja existien, decidia travessar la impossibilitat de la decisió tot decidint. Si ho penseu, aquesta és la feina d’un artista. Si bé el seu treball resultava reconeixible, també era força inanticipable, en el sentit que generava esdeveniments que només són possibles com a impossibles. Crec que aquesta impossibilitat és la condició de l’esdeveniment autèntic, el que curtcircuïta la inèrcia i cancel•la la freqüència d’ona més visitada.

Això era el que vaig aprendre d’ell com a artista: quan preveiem quelcom a l’horitzó, ja ha passat. El seu no deixava de ser un pensament polític sobre l’art, ja que comportava situar-se a la radicalitat d’entendre la debilitat com a font de creació: l’autor no s’imposa. Si es vol anar a les coses mateixes, cal deixar que siguin elles mateixes que ens marquin la manera de ser tractades. Si un s’esforça, fracassa. Això el Ramon ho sabia molt bé i per això em sembla que exercia una barreja ponderada d’exasperació pacient i desarrelament conscient, des d’on creava l’obra amb solvència.

Si pels grecs clàssics la praxis designa l’acció lliure que cerca la transformació de si mateix i la poiesis, al contrari, refereix l’acció utilitària que se sotmet a les condicions materials (l’invers del que es pensa habitualment), és Marx qui estableix l’equivalència de les dues nocions (“No hi ha llibertat efectiva que no sigui també transformació material i no hi ha treball que no suposi transformació del jo”). D’aquesta manera és en l’art, i sobretot amb l’artista contemporani, on es dóna la unió de praxis i poiesis en un projecte que consisteix, no només a fer l’obra, sinó a reconstituir l’existència per produir, com sosté Guattari, una subjectivitat que autoenriqueix la relació amb el món d’una manera contínua i quotidiana. Crec que això era el que el Ramon pretenia amb les seves arqueologies d’artista, configurant el mapa d’un territori que explorava dia a dia, i que aconseguia també eficientment amb les seves peticions de comandes, seguint una deriva de caràcter utopista que generosament manifestava la seva intencionalitat micropolítica. La panòplia de la seva obra, interrumpuda prematurament, genera una suspensió en l’imaginari dels qui el vam conèixer. Sovint em pregunto per quina Bella Catàstrofe estaria ara disposat a desplegar les seves eines d’escultor i el seu afinat llapis de disseccionador de la realitat.

En record de Ramon Guillen Balmes

Toni Giró, octubre de 2012

 

Modelo de esperas para Anna Borrell, 1994-1995. Técnica mixta, algodón, contrachapado, fieltro, aluminio. 82 x 190 x 90 cm (escultura), 30 x 21 cm (papel, 4 c/u).

On és la saviesa que hem perdut amb el coneixement?
On el coneixement que hem perdut amb la informació?
T.S. Eliot, The Rock

Escriure aquestes notes sobre el Ramon Guillen Balmes em permet rememorar alguna cosa més que les afinitats compartides i reactiva els arguments que va detonar en mi.
M’explico: vaig tenir la sort de gaudir de la seva complicitat i companyonia a l’Escola Massana. De seguida ens vam fer bons amics; alguns deien que teníem estructures mentals paral•leles, no ho sé pas. Amb el pas del temps, el que puc dir és que el trobo a faltar com a amic, però també com a artista.
No sabria gaire si enyoro més la seva ironia punyent, les seves reflexions sinuoses fins arribar a l’objecte de debat, els llargs i intensos silencis de complicitat quan teníem alguna qüestió comuna entre mans, o la seva tendra consideració cap a la meva persona com a col•lega. Poques vegades he trobat en el decurs dels anys algú tan generós amb els seus companys de professió i, més encara, amb els que generacionalment estàvem un graó per sota.

Vaig compartir força estones del seu treball creatiu i no oblido la intensitat i coherència dels seus plantejaments. Quan dic coherència, hauria de parlar de la seva finesa intel•lectual, sempre distanciada dels saberuts i propera a l’experiència de l’ofici. L’endimoniada intuïció que en Ramon desplegava en tots els aspectes del seu treball el portava lluny, amb un rigor i una confiança que feien aflorar constantment projectes en les seves llibretes i peces de gran calat que omplien prolíficament el seu obrador. Els seus dibuixos i escultures naixien d’un mètode creatiu molt destil•lat, on la distància entre el projecte i la realització era tan estreta que sempre permetia constatar els valors tàctils de la seva obra en qualsevol de les fases del procés d’execució.

Pensant en la manera de treballar del Ramon Guillen Balmes, em venen al cap les paraules d’Hélène Cixous, quan diu que l’única possibilitat de la cosa és l’experiència de la impossibilitat. Vull dir que em sembla que la necessitat de fer del Ramon era tan intensa perquè sempre feia més del que podia fer, desenvolupava possibilitats que anaven més enllà de les que ja existien, decidia travessar la impossibilitat de la decisió tot decidint. Si ho penseu, aquesta és la feina d’un artista. Si bé el seu treball resultava reconeixible, també era força inanticipable, en el sentit que generava esdeveniments que només són possibles com a impossibles. Crec que aquesta impossibilitat és la condició de l’esdeveniment autèntic, el que curtcircuïta la inèrcia i cancel•la la freqüència d’ona més visitada.

Això era el que vaig aprendre d’ell com a artista: quan preveiem quelcom a l’horitzó, ja ha passat. El seu no deixava de ser un pensament polític sobre l’art, ja que comportava situar-se a la radicalitat d’entendre la debilitat com a font de creació: l’autor no s’imposa. Si es vol anar a les coses mateixes, cal deixar que siguin elles mateixes que ens marquin la manera de ser tractades. Si un s’esforça, fracassa. Això el Ramon ho sabia molt bé i per això em sembla que exercia una barreja ponderada d’exasperació pacient i desarrelament conscient, des d’on creava l’obra amb solvència.

Si pels grecs clàssics la praxis designa l’acció lliure que cerca la transformació de si mateix i la poiesis, al contrari, refereix l’acció utilitària que se sotmet a les condicions materials (l’invers del que es pensa habitualment), és Marx qui estableix l’equivalència de les dues nocions (“No hi ha llibertat efectiva que no sigui també transformació material i no hi ha treball que no suposi transformació del jo”). D’aquesta manera és en l’art, i sobretot amb l’artista contemporani, on es dóna la unió de praxis i poiesis en un projecte que consisteix, no només a fer l’obra, sinó a reconstituir l’existència per produir, com sosté Guattari, una subjectivitat que autoenriqueix la relació amb el món d’una manera contínua i quotidiana. Crec que això era el que el Ramon pretenia amb les seves arqueologies d’artista, configurant el mapa d’un territori que explorava dia a dia, i que aconseguia també eficientment amb les seves peticions de comandes, seguint una deriva de caràcter utopista que generosament manifestava la seva intencionalitat micropolítica. La panòplia de la seva obra, interrumpuda prematurament, genera una suspensió en l’imaginari dels qui el vam conèixer. Sovint em pregunto per quina Bella Catàstrofe estaria ara disposat a desplegar les seves eines d’escultor i el seu afinat llapis de disseccionador de la realitat.

En record de Ramon Guillen Balmes

Toni Giró, octubre de 2012

Modelo de esperas para Anna Borrell, 1994-1995. Técnica mixta, algodón, contrachapado, fieltro, aluminio. 82 x 190 x 90 cm (escultura), 30 x 21 cm (papel, 4 c/u)

¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido con el conocimiento?
Donde el conocimiento que hemos perdido con la información?

T.S. Eliot, The Rock

Escribir estas notas sobre el Ramon Guillen Balmes me permite rememorar algo más que las afinidades compartidas y reactiva los argumentos que detonó en mí.
Me explico: tuve la suerte de disfrutar de su complicidad y compañerismo en la Escuela Massana. Enseguida nos hicimos buenos amigos, algunos decían que teníamos estructuras mentales paralelas, no lo sé. Con el paso del tiempo, lo que puedo decir es que le echo de menos como amigo, pero también como artista.
No sabría decir si añoro más su ironía punzante, sus reflexiones sinuosas hasta llegar al objeto de debate, los largos e intensos silencios de complicidad cuando teníamos alguna cuestión común entre manos, o su tierna consideración hacia mi persona como colega. Pocas veces he encontrado en el transcurso de los años alguien tan generoso con sus compañeros de profesión y, más aún, con los que generacionalmente estábamos un escalón por debajo.

Compartí algunos momentos de su trabajo creativo y no olvido la intensidad y coherencia de sus planteamientos. Cuando digo coherencia, debería hablar de su finura intelectual, siempre distanciada de los sesudos y cercana a la experiencia del oficio. La endiablada intuición que Ramon desplegaba en todos los aspectos de su trabajo le llevaba lejos, con un rigor y una confianza que hacían aflorar constantemente proyectos en sus libretas y piezas de gran calado que llenaban prolíficamente su taller. Sus dibujos y esculturas nacían de un método creativo muy destilado, donde la distancia entre el proyecto y la realización era tan estrecha que siempre permitía constatar los valores táctiles de su obra en cualquiera de las fases del proceso de ejecución.

Pensando en la manera de trabajar de Ramón Guillen Balmes, me vienen a la cabeza las palabras de Hélène Cixous, cuando dice que la única posibilidad de la cosa es la experiencia de la imposibilidad. Quiero decir que me parece que su necesidad de hacer era tan intensa porque siempre hacía más de lo que podía hacer, desarrollaba posibilidades que iban más allá de las que ya existían, decidía cruzar la imposibilidad de la decisión decidiendo. Si lo pensáis, esta es la tarea de un artista. Si bien su trabajo resultaba reconocible, también era bastante inanticipable, en el sentido que generaba acontecimientos que sólo son posibles en cuanto imposibles. Creo que esta imposibilidad es la condición del acontecimiento auténtico, aquello que cortocircuita la inercia y cancela la frecuencia de onda más visitada.

Esto fué lo que aprendí de él como artista: cuando prevemos algo en el horizonte, ya ha pasado. El suyo no dejaba de ser un pensamiento político sobre el arte, ya que comportaba situarse en la radicalidad de entender la debilidad como fuente de creación: el autor no se impone. Si se quiere ir al origen de las cosas, hay que dejar que sean ellas mismas que nos marquen la forma de ser tratadas. Si uno se esfuerza, fracasa. Esto Ramón lo sabía muy bien y por eso me parece que ejercía una mezcla ponderada de exasperación paciente y desarraigo consciente, desde donde creaba la obra con solvencia.

Si para los griegos clásicos la praxis designa la acción libre que busca la transformación de sí mismo y la poiesis, al contrario, refiere la acción utilitaria que se somete a las condiciones materiales (al revés de lo que se piensa habitualmente), es Marx quien establece la equivalencia de las dos nociones («No hay libertad efectiva que no sea también transformación material y no hay trabajo que no suponga transformación del yo»). De esta manera es en el arte, y sobre todo con el artista contemporáneo, donde se da la unión de praxis y poiesis en un proyecto que consiste, no sólo en hacer la obra, sino en reconstituir la existencia para producir, como sostiene Guattari, una subjetividad que autoenriquece la relación con el mundo de una manera continua y cotidiana. Creo que esto era lo que Ramón pretendía con sus arqueologías de artista, configurando el mapa de un territorio que exploraba día a día, y que conseguía también eficientemente con sus peticiones de encargos, siguiendo una deriva de carácter utopista que generosamente manifestaba su intencionalidad micropolítica. La panoplia de su obra, interrumpida prematuramente, genera una suspensión en el imaginario de quienes lo conocimos. A menudo me pregunto por qué Bella Catástrofe estaría ahora dispuesto a desplegar sus herramientas de escultor y su afinado lápiz de disseccionador de la realidad.

En recuerdo de Ramón Guillen Balmes

Toni Giró, octubre de 2012

Modelo de esperas para Anna Borrell, 1994-1995. Técnica mixta, algodón, contrachapado, fieltro, aluminio. 82 x 190 x 90 cm (escultura), 30 x 21 cm (papel, 4 c/u).

On és la saviesa que hem perdut amb el coneixement?
On el coneixement que hem perdut amb la informació?
T.S. Eliot, The Rock

Escriure aquestes notes sobre el Ramon Guillen Balmes em permet rememorar alguna cosa més que les afinitats compartides i reactiva els arguments que va detonar en mi.
M’explico: vaig tenir la sort de gaudir de la seva complicitat i companyonia a l’Escola Massana. De seguida ens vam fer bons amics; alguns deien que teníem estructures mentals paral•leles, no ho sé pas. Amb el pas del temps, el que puc dir és que el trobo a faltar com a amic, però també com a artista.
No sabria gaire si enyoro més la seva ironia punyent, les seves reflexions sinuoses fins arribar a l’objecte de debat, els llargs i intensos silencis de complicitat quan teníem alguna qüestió comuna entre mans, o la seva tendra consideració cap a la meva persona com a col•lega. Poques vegades he trobat en el decurs dels anys algú tan generós amb els seus companys de professió i, més encara, amb els que generacionalment estàvem un graó per sota.

Vaig compartir força estones del seu treball creatiu i no oblido la intensitat i coherència dels seus plantejaments. Quan dic coherència, hauria de parlar de la seva finesa intel•lectual, sempre distanciada dels saberuts i propera a l’experiència de l’ofici. L’endimoniada intuïció que en Ramon desplegava en tots els aspectes del seu treball el portava lluny, amb un rigor i una confiança que feien aflorar constantment projectes en les seves llibretes i peces de gran calat que omplien prolíficament el seu obrador. Els seus dibuixos i escultures naixien d’un mètode creatiu molt destil•lat, on la distància entre el projecte i la realització era tan estreta que sempre permetia constatar els valors tàctils de la seva obra en qualsevol de les fases del procés d’execució.

Pensant en la manera de treballar del Ramon Guillen Balmes, em venen al cap les paraules d’Hélène Cixous, quan diu que l’única possibilitat de la cosa és l’experiència de la impossibilitat. Vull dir que em sembla que la necessitat de fer del Ramon era tan intensa perquè sempre feia més del que podia fer, desenvolupava possibilitats que anaven més enllà de les que ja existien, decidia travessar la impossibilitat de la decisió tot decidint. Si ho penseu, aquesta és la feina d’un artista. Si bé el seu treball resultava reconeixible, també era força inanticipable, en el sentit que generava esdeveniments que només són possibles com a impossibles. Crec que aquesta impossibilitat és la condició de l’esdeveniment autèntic, el que curtcircuïta la inèrcia i cancel•la la freqüència d’ona més visitada.

Això era el que vaig aprendre d’ell com a artista: quan preveiem quelcom a l’horitzó, ja ha passat. El seu no deixava de ser un pensament polític sobre l’art, ja que comportava situar-se a la radicalitat d’entendre la debilitat com a font de creació: l’autor no s’imposa. Si es vol anar a les coses mateixes, cal deixar que siguin elles mateixes que ens marquin la manera de ser tractades. Si un s’esforça, fracassa. Això el Ramon ho sabia molt bé i per això em sembla que exercia una barreja ponderada d’exasperació pacient i desarrelament conscient, des d’on creava l’obra amb solvència.

Si pels grecs clàssics la praxis designa l’acció lliure que cerca la transformació de si mateix i la poiesis, al contrari, refereix l’acció utilitària que se sotmet a les condicions materials (l’invers del que es pensa habitualment), és Marx qui estableix l’equivalència de les dues nocions (“No hi ha llibertat efectiva que no sigui també transformació material i no hi ha treball que no suposi transformació del jo”). D’aquesta manera és en l’art, i sobretot amb l’artista contemporani, on es dóna la unió de praxis i poiesis en un projecte que consisteix, no només a fer l’obra, sinó a reconstituir l’existència per produir, com sosté Guattari, una subjectivitat que autoenriqueix la relació amb el món d’una manera contínua i quotidiana. Crec que això era el que el Ramon pretenia amb les seves arqueologies d’artista, configurant el mapa d’un territori que explorava dia a dia, i que aconseguia també eficientment amb les seves peticions de comandes, seguint una deriva de caràcter utopista que generosament manifestava la seva intencionalitat micropolítica. La panòplia de la seva obra, interrumpuda prematurament, genera una suspensió en l’imaginari dels qui el vam conèixer. Sovint em pregunto per quina Bella Catàstrofe estaria ara disposat a desplegar les seves eines d’escultor i el seu afinat llapis de disseccionador de la realitat.

En record de Ramon Guillen Balmes

Toni Giró, octubre de 2012

Modelo de esperas para Anna Borrell, 1994-1995. Técnica mixta, algodón, contrachapado, fieltro, aluminio. 82 x 190 x 90 cm (escultura), 30 x 21 cm (papel, 4 c/u).

On és la saviesa que hem perdut amb el coneixement?
On el coneixement que hem perdut amb la informació?
T.S. Eliot, The Rock

Escriure aquestes notes sobre el Ramon Guillen Balmes em permet rememorar alguna cosa més que les afinitats compartides i reactiva els arguments que va detonar en mi.
M’explico: vaig tenir la sort de gaudir de la seva complicitat i companyonia a l’Escola Massana. De seguida ens vam fer bons amics; alguns deien que teníem estructures mentals paral•leles, no ho sé pas. Amb el pas del temps, el que puc dir és que el trobo a faltar com a amic, però també com a artista.
No sabria gaire si enyoro més la seva ironia punyent, les seves reflexions sinuoses fins arribar a l’objecte de debat, els llargs i intensos silencis de complicitat quan teníem alguna qüestió comuna entre mans, o la seva tendra consideració cap a la meva persona com a col•lega. Poques vegades he trobat en el decurs dels anys algú tan generós amb els seus companys de professió i, més encara, amb els que generacionalment estàvem un graó per sota.

Vaig compartir força estones del seu treball creatiu i no oblido la intensitat i coherència dels seus plantejaments. Quan dic coherència, hauria de parlar de la seva finesa intel•lectual, sempre distanciada dels saberuts i propera a l’experiència de l’ofici. L’endimoniada intuïció que en Ramon desplegava en tots els aspectes del seu treball el portava lluny, amb un rigor i una confiança que feien aflorar constantment projectes en les seves llibretes i peces de gran calat que omplien prolíficament el seu obrador. Els seus dibuixos i escultures naixien d’un mètode creatiu molt destil•lat, on la distància entre el projecte i la realització era tan estreta que sempre permetia constatar els valors tàctils de la seva obra en qualsevol de les fases del procés d’execució.

Pensant en la manera de treballar del Ramon Guillen Balmes, em venen al cap les paraules d’Hélène Cixous, quan diu que l’única possibilitat de la cosa és l’experiència de la impossibilitat. Vull dir que em sembla que la necessitat de fer del Ramon era tan intensa perquè sempre feia més del que podia fer, desenvolupava possibilitats que anaven més enllà de les que ja existien, decidia travessar la impossibilitat de la decisió tot decidint. Si ho penseu, aquesta és la feina d’un artista. Si bé el seu treball resultava reconeixible, també era força inanticipable, en el sentit que generava esdeveniments que només són possibles com a impossibles. Crec que aquesta impossibilitat és la condició de l’esdeveniment autèntic, el que curtcircuïta la inèrcia i cancel•la la freqüència d’ona més visitada.

Això era el que vaig aprendre d’ell com a artista: quan preveiem quelcom a l’horitzó, ja ha passat. El seu no deixava de ser un pensament polític sobre l’art, ja que comportava situar-se a la radicalitat d’entendre la debilitat com a font de creació: l’autor no s’imposa. Si es vol anar a les coses mateixes, cal deixar que siguin elles mateixes que ens marquin la manera de ser tractades. Si un s’esforça, fracassa. Això el Ramon ho sabia molt bé i per això em sembla que exercia una barreja ponderada d’exasperació pacient i desarrelament conscient, des d’on creava l’obra amb solvència.

Si pels grecs clàssics la praxis designa l’acció lliure que cerca la transformació de si mateix i la poiesis, al contrari, refereix l’acció utilitària que se sotmet a les condicions materials (l’invers del que es pensa habitualment), és Marx qui estableix l’equivalència de les dues nocions (“No hi ha llibertat efectiva que no sigui també transformació material i no hi ha treball que no suposi transformació del jo”). D’aquesta manera és en l’art, i sobretot amb l’artista contemporani, on es dóna la unió de praxis i poiesis en un projecte que consisteix, no només a fer l’obra, sinó a reconstituir l’existència per produir, com sosté Guattari, una subjectivitat que autoenriqueix la relació amb el món d’una manera contínua i quotidiana. Crec que això era el que el Ramon pretenia amb les seves arqueologies d’artista, configurant el mapa d’un territori que explorava dia a dia, i que aconseguia també eficientment amb les seves peticions de comandes, seguint una deriva de caràcter utopista que generosament manifestava la seva intencionalitat micropolítica. La panòplia de la seva obra, interrumpuda prematurament, genera una suspensió en l’imaginari dels qui el vam conèixer. Sovint em pregunto per quina Bella Catàstrofe estaria ara disposat a desplegar les seves eines d’escultor i el seu afinat llapis de disseccionador de la realitat.

En record de Ramon Guillen Balmes

Toni Giró, octubre de 2012

 

Colectivo de guerrilla creativa ‘Kut’ provoca tiempo inesperado en las calles de Riga

El arte busca incidir realmente en el mundo. Si no puede asumir la realidad provoca condiciones de alteración de la misma.

Un grupo letón conocido con el nombre de Kut y que se describe como «un colectivo creativo formado por cineastas, músicos, artistas y activistas políticos», llevó a cabo recientemente una acción en las calles de Riga llamado «Oh Joy». El grupo transportó la naturaleza en la ciudad haciendo cambiar el tiempo de forma inesperada. Aparte de los pocos comentarios tipo «Oh Dios mío qué es esto que me cae encima», la mayoría de la gente lo disfrutó como una sorpresa positiva. (Vía vimeo)

Me afecta la forma

Vista general de la exposición «Me afecta la forma». Toni Giró. La Pobla de Cérvoles (Lleida). Verano 2012.

Hay vida fuera del cubo blanco. Una vida rica en diálogos, reverberaciones y organismos atemporales que afectan lo que uno considera ya hecho y dado en su propio trabajo. Esta es mi experiencia a raíz de la exposición realizada este verano en esta capilla de piedra de la Pobla de Cérvoles.

La presencia de una copia del retablo gótico de San Miquel, atribuido a la escuela de Bernat Martorell y alojado durante siglos en la capilla, más allá de generar una serie de relaciones más o menos buscadas, me ha comportado la posibilidad de poner de relieve las articulaciones y finalidades que pretenden sostener la práctica artística en diferentes épocas. De los valores moralizantes, organizadores del entramado social y justificadores de la intermediación política y religiosa de los poderes de la edad media a la autonomía del sujeto artístico contemporáneo que pretende desarrollar una crítica del entorno globalizado en un contexto local y alejado de los debates artísticos.

La imponente presencia del retablo me ha permitido contemplar su narrativa iconográfica de cerca y rememorar sus vicisitudes en el contexto de la guerra de las imágenes y la iconoclastia. Las escenas de violencia representadas en las diferentes predelas tuvieron su contrapartida en la vida real cuando, en torno al 18 de julio de 1936, un grupo de anarquistas entró en la catedral de Tarragona, donde estaba depositado el retablo desde su restauración, para protagonizar una quema purificadora de los objetos que consideraban ritualísticos y justificadores de los estamentos sociales a derribar. La intercesión de Josep Alomà, dirigente anarquista, concejal de cultura del Ayuntamiento de Tarragona y fundador de la Escola Nova Unificada, les hizo desistir de estas intenciones cuando, en virtud de sus conocimientos, les dió una clase de historia del arte que convenció a los exaltados de la necesidad de conservar el patrimonio cultural más allá del significado final de sus imágenes.

Probablemente, Josep Alomà conocía bien la iconografía heroica del arte occidental y el cánon dualístico reiterado que confronta moralmente el bien y el mal en nuestra cultura. El San Miquel ataviado de capitán de la legión romana y venciendo al dragón no es muy lejano del Hércules heroico venciendo al león de Nemea, uno de los anagramas clásicos de la CNT. En esta historia, el mismo Josep Alomà reinterpreta el papel de héroe salvando el retablo de San Miguel que hoy se conserva en la Catedral de Tarragona.

Usar espacios de memoria


Este verano me he decidido a intervenir un espacio que recurrentemente me ha llamado la atención durante años. Se trata de las antigua piscina en desuso del pueblo que visito como veraneante, La Poble de Cérvoles (Lleida). A menudo hay lugares que por diferentes razones nos llaman la atención. A mí particularmente, siempre me han generado atracción los espacios que han perdido su funcionalidad y pasan desapercibidos en la vida diaria de una población. Este es el caso de esta piscina junto a los antiguos lavaderos municipales, que dejó de ser utilizada a mediados de los años setenta y que ahora en su condición anodina me reclamaba y se me ofrecía como una página en blanco para intervenir temporalmente durante unos días. Los interrogantes, la sorpresa de la aparición de unos objetos no esperados, los comentarios y la reactivación de la memoria de los aldeanos han sido no sólo una buena respuesta a mi trabajo, sino unos argumentos para recuperar la singularidad de este espacio.

Síntesis del arte cotemporáneo

«La definición del arte es otro problema. Me gusta pensar que cuando se inventó el arte como la cosa que hoy aceptamos que es, no fue como un medio de producción sino como una forma de expandir el conocimiento». Luís Camnitzer

El text que segueix manifesta la tesis de l’autor sobre el panorama actual dels estudis formals d’art. Presenta encertades reflexions sobre l’ofici de ser artista, les contradiccions del sistema artístic i el sentit de la praxis i l’actitud polítiques de l’artista.

Quiero comenzar esto con dos afirmaciones pedantes y negativas. Una es que el proceso de educación de los artistas en el día de hoy es un fraude. La otra es que las definiciones que se utilizan hoy para el arte funcionan en contra de la gente y no a su favor.

La parte del fraude está en la consideración disciplinaria del arte, que lo define como un medio de producción. Esto lleva a dos errores:
El primer error es la confusión de la creación con la práctica de las artesanías que le dan cuerpo. El otro error es la promesa, por implicancia, que un diploma en  arte conducirá a la posterior supervivencia económica.
La educación formal del artista sufre de las mismas nociones que imperan en las otras disciplinas: que la información técnica sirve para formar al profesional y que después de adquirir esta información uno podrá mantener una familia. En los Estados Unidos, en donde la educación no es un derecho sino un producto comercial de consumo, esta situación es llevada al nivel de caricatura obscena. La inversión económica para recibir el diploma final de maestría, el Master of Fine Arts, en una universidad decente es de unos 200.000 dólares. Al final de este gasto, la esperanza es vender la obra producida o enseñar a las generaciones venideras. Aun si esto no es literalmente así en otros países, el concepto probablemente funciona en todo el mundo.
En los 35 años que estuve enseñando a nivel universitario en los EEUU, probablemente tuve contacto con alrededor de 5000 estudiantes. De ellos calculo que un 10%, unos 500, tenían la esperanza de lograr el éxito a través de muestras en el circuito de galerías. Quizás una veintena de ellos lo haya logrado. Esto significa que 480 terminaron con la esperanza de vivir de la enseñaza. No sé cuantos lograron conseguir un puesto de profesor. Pero sí puedo sacar la cuenta que si 5000 estudiantes fueron necesarios para asegurar mi salario y luego mi bienvenida jubilación, esos 480 estudiantes necesitan una base estudiantil de 240.000 para sobrevivir. Y si seguimos el cálculo hacia las generaciones siguientes, rápidamente llegaremos al infinito.

La definición del arte es otro problema. Me gusta pensar que cuando se inventó el arte como la cosa que hoy aceptamos que es, no fue como un medio de producción sino como una forma de expandir el conocimiento. Me imagino que sucedió por accidente, que alguien formalizó una experiencia fenomenal que no encajaba en ninguna categoría conocida, y que eligieron la palabra “arte” para darle un nombre.

El problema que surgió al darle un nombre  al arte es que nuestra profesión fue instantáneamente reificada — convertida en un objeto que ya no se puede cambiar. Desde ese momento en adelante ya no pudimos formalizar nuestras experiencias de lo desconocido, y en su lugar pasamos a intentar acomodar nuestra producción a esa palabra, la palabra arte. De esa manera lo que inicialmente había sido “arte como una actitud” pasó a ser “arte como una disciplina”, y peor aún, “arte como una forma de producción”. La forma, que inicialmente había sido una consecuencia de la necesidad de empacar una experiencia, ahora pasó a ocupar el lugar del producto.
Hace no mucho me encontré con una cita que ilustra el problema: “Cada palabra alguna vez fue un poema.” Es de Ralph Waldo Emerson, un autor a quien nunca le había puesto la más mínima atención porque, irónicamente, pensaba que solamente trabajaba con palabras.
El mercado capitalista nos enseña que si un objeto puede ser vendido como arte, es arte. Esta descripción, culturalmente cínica, obscurece una realidad mucho más profunda. Esta realidad es que el propietario del contexto último de la obra de arte determina su destino y su función. La propiedad del contexto, que es una de las formalizaciones del poder, es un hecho político. Esa propiedad es tan fuerte que incluso las manifestaciones que son y contienen material subversivos, son rápidamente comercializadas.
Esta comercialización subraya el hecho, aunque muchas veces negado, que la política sea una parte de la definición del arte. Y es como consecuencia de la propiedad del contexto y de esta negación, que la separación de arte y política en entidades discretas, no solamente es reaccionaria y una manera de limitar la libertad del artista, sino que también es una falacia teórica. De manera que sí, todo arte es político, y no, no todo el arte es lo que entendemos como “arte político”.
Arte político en cierta forma significa que subdividimos el pastel del conocimiento en tajadas de tajadas. En un número de la revista Artforum, la artista norteamericana Andrea Fraser enfrentó estos problemas en una forma que me gustó mucho. Definió al arte político de una manera similar a la que yo definiría a todo el arte:
“…Una respuesta es que todo arte es político, el problema es que la mayoría (del arte) es reaccionaria, es decir, pasivamente afirmativo de las relaciones del poder bajo las cuales fue producido…Yo definiría al arte político como el arte que conscientemente se propone intervenir en las relaciones de poder (en lugar de solamente reflexionar sobre ellas), y esto significa necesariamente las relaciones de poder dentro de las cuales el arte existe. Y hay una condición más: Esta intervención tiene que ser el principio organizativo de la obra de arte en todos sus aspectos, no solamente en su “forma” y su “contenido”, sino también en su forma de producción y de circulación.” i
Se puede afirmar que la enseñaza del arte se dedica fundamentalmente a la enseñanza sobre como hacer productos y como funcionar como artista, en lugar de cómo revelar cosas. Es como decir que enfatizamos la caligrafía por encima de los temas sobre los cuales queremos escribir y como vender esas páginas caligrafiadas. Y con ello, bajo el disfraz de lo apolítico o de una política consumida instantáneamente, servimos a una estructura de poder que es totalmente política.
Para peor, enseñar a fabricar productos es algo fácil y cómodo, y por lo pronto una situación en la que se puede caer, quedar y sentirse bien. Pero la información para esta enseñanza es algo existente y es transmitida. Y los procesos de transmisión de información existente se acomodan al modelo de la pedagogía autoritaria. Como ya lo dijo Paulo Freire, el profesor es similar al bancario que tiene y distribuye el dinero de acuerdo a sus criterios. En el salón de clase este dinero es la información. Con esta relación de poder se minimiza toda posibilidad de rebelión.
Para lubricar mejor el proceso en el campo de la enseñanza artística, se declara la imposibilidad de enseñar el como tener ideas. Si el alumno no tiene ideas, es culpa del alumno. Esta negación y culpabilización solamente es posible si uno clasifica a la gente en dos categorías: en genios y en imbéciles. Se elimina la categoría de “normal”. En cierta forma esto presume en mi ejemplo de los 500 estudiantes de los cuales 20 lograron ingresar al circuito de galerías, que estos 20 son los genios y que los otros 480 que piensan en enseñar arte son imbéciles. Y esto explica por que en los Estados Unidos las universidades tratan de contratar como profesores a las estrellas del mercado artístico, no importa cuan malos son como enseñantes.
De hecho, la ideología de esta clasificación va mucho más allá y es bastante cínica con respecto a los resultados. La presunción verdadera que subyace todo esto es que el arte no se puede enseñar. De acuerdo a esta idea, el proceso educacional no es más que un cedazo o filtro que sirve para identificar a los genios, los cuales con suerte emergen gracias a sus facultades personales. La facilitación de esta emergencia de genios era una de las intenciones de la Bauhaus cuando se diseñó el famoso curso de fundación básica. El curso fue luego adoptado por infinidad de instituciones que se consideraron progresistas y modernas. Y no era que los ejercicios fueran malos, era la ideología la que fallaba. La moraleja de todo esto es que los 200.000 dólares en los estudios en Estados Unidos se invierten en el derecho de ser filtrado para dejar lugar a los genios. Las mejores universidades entonces son las que atraen y filtran más genios. Como esos genios en realidad no necesitan de las universidades, éstas venden la fama de sus diplomas y una pedagogía haragana.
Mirando el peor de los casos, se podría justificar el proceso diciendo que aquellos que no logran pasar por el filtro por lo menos aprenden a apreciar y a consumir el arte. Cosa que significa que la carrera del arte está en la situación privilegiada de simultáneamente crear a los productores y a su mercado. Es como educar médicos, pero en donde con la misma inversión de dinero, aquellos que no logran graduarse terminan siendo educados para enfermarse y servir de pacientes.
Enseñar a tener ideas ciertamente requiere bastante más que transmitir información. El profesor tiene que reubicarse y abandonar el monopolio del conocimiento para actuar como estímulo y catalizador, y tiene que poder escuchar y adaptarse a lo que escucha. Además, la generación de ideas y revelaciones es impredecible y por lo tanto corre el peligro constante de ser una actividad subversiva. Lo impredecible no siempre se acomoda al estatus quo. Dado que últimamente los gobiernos decretaron que subversión y terrorismo son sinónimos, ya nadie quiere generar subversión. Sin embargo, la subversión es la base de la expansión del conocimiento. Al expandir, lo subvierte.
La función del buen arte es justamente la de ser subversivo. El buen arte se aventura en el campo de lo desconocido; sacude los paradigmas fosilizados, y juega con especulaciones y conexiones consideradas “ilegales” en el campo del conocimiento disciplinario.  El enfoque que se reduce a la fabricación de productos evita estos temas; se confirman las estructuras existentes y la sociedad permanece calma y embotada. Se genera así lo que me gusta llamar el artevalium.
De acuerdo a todo esto parecería entonces que estoy proponiendo la eliminación de las escuelas de arte y que en su lugar favorezco la creación de laboratorios interdisciplinarios, los cuales a su vez y con suerte incluirían el análisis político.
En cierto modo esto es verdad, pero la cosa no es tan simple. La mayoría de los laboratorios interdisciplinarios, aun si incluyeran la política, se limitan a la transmisión de información interdisciplinaria. O sea que seguimos con la transmisión de información, y no logramos una mejoría demasiado importante. En este caso tenemos una reorganización de la información, pero una que no afecta la metodología o la ideología. Si el arte fuera realmente una actitud y una manera de aproximarse al conocimiento, no importaría realmente en que medio ocurren las ideas y las revelaciones. Lo único que importa es que tienen lugar y que son comunicadas correctamente.
Cuando discuto arte creo en seres politizados, no en programas políticos. Así que no creo que se trate de hacer arte político, sino de politizar a la gente y ayudarles a hacer arte. A fines de la década del sesenta, Paulo Freire resumió esto al escribir que antes de leer la palabra hay que leer el mundo. En otras palabras, que hay que definir una motivación suficientemente fuerte que obligue a la adquisición de un oficio técnico que se pueda aplicar con un propósito.
El único argumento que hoy se puede hacer a favor de un arte que tenga su propio espacio como disciplina es el hecho que el arte puede ser utilizado como un territorio de libertad, un lugar en el cual se puede ejercer la omnipotencia sin el peligro de ocasionar daños irreparables. Es, por lo tanto, una zona en la cual podemos experimentar y analizar los procesos de la toma de decisiones. Es una zona en la cual podemos hacer algo “ilegal” sin el peligro del castigo. Pero aun ahí, en ese campo teóricamente privado, estamos experimentando con el poder. Decidimos lo que hace el material o dejamos que el material decida lo que hacemos. Por lo tanto aun en el campo privado seguimos estando en una situación política.
Si observamos la forma en que el poder se distribuye en nuestra sociedad, todo se reduce a una división entre las decisiones que podemos tomar nosotros y las decisiones que son tomadas en nuestro nombre. Cuando discutimos lo legal como opuesto a lo ilegal, esta división es muy clara. En lo legal a veces coincidimos con la decisión tomada. En lo ilegal, si decidiéramos hacer algo, definitivamente no coincidiremos con la decisión tomada, una decisión que ya fue tomada por otros y fue codificada en leyes o proclamas.
La situación de las decisiones es menos clara cuando no hablamos de leyes y aceptamos las cosas como hechos. Recuerdo mi disgusto cuando llegué a los Estados Unidos y en los restoranes se me servía la ensalada antes del plato principal y no al mismo tiempo como estaba acostumbrado. Una vez cometida esa trasgresión uno puede llegar a extremos de herejía inconcebibles. Por ejemplo uno podría comer el postre primero y terminar la comida con un platito de paté de hígado. La experiencia me llevó a cuestionar el ritual del orden y jerarquía de la comida. Tapé los ojos de mis alumnos con vendas y los llevé a la cafetería. Allí tuvieron que sacar los platos con comida al azar, y luego comerlos en el orden en que los habían sacado. En otro ejercicio agregamos anilinas a la comida para teñirlos a todos del mismo color. Se creó una disonancia casi intolerable entre lo que se veía y su gusto. El puré de papas y la carne en una gama de azules no se veían muy apetecibles.
La disonancia fue una de las guías espirituales de muchos de los ejercicios en mis clases. En uno de ellos tuvieron que entrar en una gran bolsa de plástico inserida en un gran tacho de basura lleno de agua. Se lograba así la sensación de estar sumergido y totalmente mojado, pero se salía completamente seco. No se trataba de identificar el “talento”. Lo que estaba tratando era hacerles entender la diferencia entre la percepción funcional y la percepción estética, que es otra manera de ver las diferencias en la toma y propiedad de las decisiones.
La percepción funcional lubrica nuestras interacciones con otra gente, aquella gente que se mueve en las mismas convenciones y se comporta de acuerdo a decisiones preexistentes y reguladas. Es el sistema que nos mantiene firmemente encerrados dentro de las fronteras de lo conocido y lo predecible. En cambio, idealmente, la percepción estética es posible gracias a una distancia crítica de la percepción funcional. Con la percepción estética podemos ver las cosas como si fuera por primera vez y decidir por nosotros mismos.
Un elemento—y obstáculo—fundamental en la configuración de la toma de decisiones, particularmente cuando hablamos de arte, es el gusto. Entre los estudiantes, el gusto es considerado como un instrumento importantísimo para hacer juicios con respecto a la calidad de lo que producen. Piensan que están ejerciendo su subjetividad y no se dan cuenta que el gusto es una construcción social totalmente sujeta a ideologías colectivas y a la influencia que ejercen sobre la experiencia personal.
Les pedí que hicieran una obra lo más “fea” posible. Trataron de hacerlo, realmente, lo mejor que pudieron. Pero inevitablemente los resultados no llegaban a ser desagradables en sí mismos. Siempre tenían referencias a valores sociales, tales como la repulsión que causan los excrementos fecales, que fue uno de los ejemplos usados con mayor frecuencia. Lo cual a su vez presentaba otro tema: el por qué la ingestión de comida en público es un acto de celebración, mientras que la excreción de comida en público es considerada de mal gusto. Aún si se la ejecuta vestido con un frac. Incluso hay leyes sobre esto último, y el vestirse con frac no exime del delito.
La educación de los artistas, entonces y en mi opinión, consiste de tres pasos en los que el profesor puede actuar de guía y, más importante, de interlocutor: 1) plantear y formular un problema creativo interesante, 2) resolver el problema lo mejor posible, y 3) empacar la solución en la manera más apropiada para expresar y comunicarla.
Este orden de prioridades desmitifica un proceso que generalmente se acepta en un formato irritantemente obscurantista, especialmente cuando se enfatizan la inspiración, la intuición y la emoción. La inspiración parece ser una intuición que flota en el aire y entra por la nariz, así que nadie es culpable de ella y la podemos ignorar. La intuición, que supuestamente viene de adentro, es otra cosa. El rol de la intuición es innegable, pero en el arte su importancia no es más grande que en la filosofía, o posiblemente incluso que en la ciencia. Además solamente intuimos que cosa es la intuición. Nos metemos así en un proceso que puede seguir interminablemente, y que es difícil de separar de la mera asociación de ideas.
Y en cuanto a la expresión emocional, otra de las atribuciones del arte, no tiene una importancia mayor que la que pueda tener una buena confesión u otro material biográfico. Son todas cosas que no hay que descartar, pero que no se deben idolatrar o aceptar como dogmas creativos. Es esta aceptación la que permite que gente aparentemente racional declare que hacer arte no se puede enseñar.  Walter Gropius, el fundador de la Bauhaus era uno de ellos.
En todo esto, lo que importa es el nivel y complejidad del cuestionamiento. El cuestionamiento y la percepción de complejidad se pueden enseñar. Evitar la simplificación, lograr una elegancia de las respuestas y la efectividad de cómo esas respuestas son transmitidas, son todas cosas que se pueden enseñar. Lo que importa es que esa efectividad necesita del empacamiento de la obra, de la forma del envoltorio, para llegar bien al público. Esto tampoco parece algo demasiado difícil de enseñar. Y es aquí donde puede entrar el gusto, como un instrumento para ajustar la apariencia del envoltorio.
Pero enseñar solamente la parte de empacar, el creer que la obra se agota mirando este envoltorio, significa que se están ignorando tanto los verdaderos problemas planteados como también las soluciones que se ofrecen. Es como limitarse a gozar de la musicalidad de mi voz mientras leo esto en voz alta, e ignorar todo lo que estoy diciendo.  Cosa que quizás sea mejor.  Pero es la actitud simplista y enternecedora del niño de dos años que en lugar de abrir el regalo juega con el paquete.
Se podría malentender lo que digo como que quiero una racionalización total del arte y que me gustaría que exista un programa explícito e ilustrativo, un programa capaz solamente de producir órdenes predecibles y productos muertos. Sin embargo esa interpretación ignoraría una cantidad de cosas fundamentales que también pueden y deben ser enseñadas. La más importante probablemente sea que el arte es un lugar en donde se pueden pensar cosas que no son pensables en otros lugares. La otra es que un buen problema artístico no es agotable, que una buena solución tiene reverberaciones, y que una buena comunicación produce muchas más evocaciones que la información que transmite.
También ignoraría que los instrumentos utilizados, más allá del análisis, incluyen la empatía, la simulación, la demagogia y la explotación emocional. Y aun más, ignoraría que la pregunta fundamental que mueve al arte es la de “¿Que pasaría sí…?”, y no “¿Qué cosa es…?” Es en el procesamiento de las evocaciones que en última instancia el arte adquiere su verdadera forma. La tarea del artista es la de crear una estrategia para administrar esas evocaciones.
Mientras que estos temas constituyen el carozo de lo que considero una segunda etapa en la formación del artista, ellos también informan los ejercicios preparatorios en una primera etapa. Por ejemplo, cuando todavía enseñaba, distribuía entre mis estudiantes pedazos de basura que
encontraba en el piso del salón de clase. Les explicaba que no eran fragmentos, sino productos perfectamente terminados que tenían un uso práctico definido dentro de otra cultura. Como ya no existía la función original y verdadera del objeto dentro de nuestra vida convencional (un resto de cigarrillo arrugado, un pedazo de goma mascada, etc.), el estudiante tenía que “deducir” una nueva aplicación. De las especulaciones estaban excluidas el arte, la religión y la decoración, ya que los objetos generados en esas ramas son arbitrarios y sin funcionalidad práctica. Tampoco se podía usar la analogía del cuchillo Swiss Army, que contiene varias herramientas de uso diverso que se pliegan junto a la navaja. Se suponía que el objeto entregado era un diseño perfecto para una aplicación determinada. Por lo tanto la solución mejor era la que lograba utilizar más partes del objeto para una función determinada.
Esta forma de ingeniería en reverso o retroactiva, o de descodificación, también refleja una manera de tratar de entender una obra de arte. Frente a una obra nos enfrentamos a una respuesta de la cual tenemos que deducir cual fue la pregunta. Lo interesante de esta forma de ver las cosas es que a veces aparecen preguntas que corresponden mejor a esa respuesta que la pregunta original. En ese sentido, el proceso de comunicación no se limita a la transmisión estricta y fiel de un mensaje. Es un estímulo para la especulación en donde hay retroalimentación de la obra hacia el autor, y hay una participación creativa del público.
Pero hay otra metáfora, paralela, para el arte. Es la de considerar la obra como el resultado de un juego en el cual uno tiene que tratar de deducir las reglas que generaron la obra, para luego decidir si la obra fue producto de una buena jugada. Y la contrapartida aquí es diseñar un juego que produzca buenas obras de arte, no importa el nivel de educación artística del jugador. La definición de este juego acepta dos extremos: 1) un juego totalmente abierto en donde las reglas podrían ser: “Usar un lápiz y una hoja de papel y dibujar cualquier cosa”. Y 2), un juego totalmente cerrado en el cual las reglas son: “Tomar este dibujo con zonas numeradas y llenarlo con los colores numerados correspondientemente.”
En el primer juego la libertad es bastante total y el resultado es impredecible, pero el porcentaje de fracaso es altísimo. En el segundo ejemplo, hay carencia de libertad, el resultado es totalmente predecible, y al mismo tiempo la posibilidad de fracaso es prácticamente nula.
El juego mejor, aunque nunca ideal, es uno que tiene una cantidad moderada de reglas, que filtra un máximo de errores (la restricción), pero que maximiza tanto lo impredecible (la libertad) como el éxito de los resultados.
El paralelo social de todo esto es la búsqueda de un modelo de democracia verdadera, con un equilibrio entre las leyes y la libertad. Es una democracia que no permitiría la apertura total correspondiente a una anarquía individualista, libertaria y falta de ética. Pero tampoco permitiría la ausencia de la libertad de decidir, tal cual la define un sistema totalitario. La descripción puede sonar a metáfora, pero no lo es. Las reglas bajo las que operan la producción del arte, la circulación del arte y su recepción, son ideológicas. Por lo tanto las reglas que el artista crea para el juego que produce arte, reflejan bastante precisamente una serie compleja de varias interacciones de poder. Son las que surgen entre el artista y la obra, entre el artista y el público, y entre la obra y el público. Es la falla de no percibir el papel que juega el poder en todo esto, lo que permite que nuestra sociedad pueda suponer que el buen arte es apolítico y elogiarlo cuando lo es. Es esta falla la que permite ver al arte como una actividad separada de la ética. Y es esta la razón por la cual supuestamente el arte tampoco puede ser didáctico.
Hace unas siete décadas, Walter Benjamín en su “El escritor como productor” conectó la didáctica con la calidad artística:
“Un escritor que no enseña a otros escritores, no le enseña a nadie. El punto fundamental, por lo tanto, es que la producción del escritor tiene que tener la característica de un modelo: tiene que ser capaz de instruir a otros escritores en su producción, y segundo, tiene que ser capaz de poner a su disposición un aparato mejorado. Cuanto más consumidores logre poner en contacto con el proceso de producción, mejor será el aparato—en síntesis, cuanto más lectores o espectadores el aparato convierta en colaboradores” ii
Mientras que Benjamin utiliza la relación con otros escritores como una exigencia de nivel, muchos años más tarde el artista conceptual norteamericano Joseph Kosuth, que en cierto modo parafrasea a Benjamín, llega a una conclusión elitista:
“En su extremo más estricto y radical, el arte que yo llamo conceptual lo es porque se basa sobre una investigación acerca de la naturaleza del arte. De modo que no se trata sólo de la actividad de construir proposiciones artísticas, sino del trabajo y la reflexión sobre todas las implicancias y todos los aspectos del concepto de ‘arte’. [… El público del arte conceptual está compuesto principalmente por artistas, lo cual quiere decir que no existe un público separado de los participantes”.iii
En el mismo ensayo de Benjamin éste también definió al artista como un productor. Mientras que esto parecía ideológicamente razonable para los izquierdistas de su época, lo mismo que cuando algo más tarde se insistió en llamar a los artistas “trabajadores de la cultura”, ambos términos sufren del peligro de la reificación. Ambos aceptan la cosa que tiene un mensaje como determinante de los valores con que se juzga esa cosa. Diría que en arte es mucho más importante hacer conexiones que generalmente se suponen no posibles, que fabricar productos.
Diría que lo primero que estamos considerando aquí no son los productos sino los valores mismos y el proceso de juicio que los acompaña. De otra forma no estaríamos discutiendo las formas de producción y de circulación a los que se refiriera Fraser en la cita que leí antes. De hecho, Benjamín tampoco hablaba del oficio del escritor en términos de su técnica, sino de su “compromiso”.
Para Benjamin “compromiso” era una palabra compleja que trataba de incluir todo el peso de la conciencia social, de la militancia y de la claridad de las metas para un mejoramiento de la sociedad. Es decir, trataba de cuestionar el sistema de valores bajo el cual se juzga a los objetos, y el autor o artista como productor no era meramente un creador de productos.
Pienso que todo esto es más importante que el aprender a pintar o a hacer un video o, más en general, aprender el “como” hacer, que es la base de la enseñaza artesanal. Es el “que” hacer y para “quien” se hace lo que viene primero. En uno de los ejercicios que utilicé en el primer período introductor de arte en mi universidad, traté de discutir estos temas. Le pedí a la clase que creara un humanoide que luego sería quien encargaría obras de arte. El personaje, con algunas características humanas pero arbitrarias, era creado colectivamente. En el pizarrón, cada estudiante tomaba turno para agregar una parte del cuerpo. Como resultado la criatura terminaba con colas, varios brazos, antenas, tres ojos, etc., generalmente reflejando los prejuicios estereotipados que el estudiantado tiene con respecto al extra- terrestre. Luego analizábamos a la criatura en términos de cómo sus atribuciones físicas afectaban su percepción de la realidad (como se escucha un sonido con tres orejas, como se afecta la concepción y percepción de la perspectiva si se tienen muchos ojos, etc.). A partir de esto tratamos de ver que tipo de interacción podía haber entre ellos como grupo, que sociedad se podía deducir de la información que teníamos, que cuerpo de leyes los regía, que tipo de arquitectura les servía, etc. Más que nada, tratábamos de deducir que valores informaban a esa sociedad: que cosas eran positivas y cuales negativas, que era castigable y como se castigaba, y que era recompensable y cuales eran las recompensas. Todo este proceso era armado para lograr identificar el gusto estético básico de esa sociedad: que colores, formas, texturas, contenidos y dimensiones tenían una carga positiva y cuales de ellas una negativa. Y también que función cumpliría para ellos una obra de arte satisfactoria.
Con todo esto estudiado y la clase puesta de acuerdo, los estudiantes pasaban a ser productores de arte mercenarios para esta sociedad. La iniciativa del artista estaba completamente subordinada al público elegido. Tenían que producir obras totalmente ajenas a sus gustos e intereses individuales, para solamente satisfacer los de esta sociedad formada por las nuevas criaturas. La idea de “adquisición” era muy relativa, dado que esa sociedad ni necesariamente tenía dinero ni forzosamente creía en la propiedad privada. Los medios que se elegían dependían exclusivamente del sistema sensorial del humanoide, no del artista, y la ubicación de la obra correspondía a las nociones de espacio determinadas y utilizadas por esa sociedad. Cómo y que estímulos eran usados, dependían solamente de los valores bajo los cuales operaba esa sociedad. Lo único que se daba por hecho en el ejercicio era que tanto el artista humano—un esclavo en esta sociedad—como la obra, eran descartables. En caso de desagrado, y sin quebrar regla ética de ninguna especie, el artista y la obra podían ser destruidos.
En una de mis clases, una estudiante de bastante edad, pidió la palabra después de terminar su proyecto. Nos contó que su marido, un pintor de paredes, había formado parte del equipo que borró el mural que Diego Rivera hiciera en el Rockefeller Center en 1934. Rivera había incluido un retrato de Lenin en el mural. Rockefeller exigió que lo borrara, y Rivera se negó. El marido de la estudiante había vuelto a la casa comentando los hechos y diciendo: “La pintura realmente no era tan mala”. Claro que se podría afirmar que Rivera no entendió que aquí no era más que un artista mercenario contratado por una sociedad de humanoides.
Pero la anécdota también sirve para discutir, en forma menos simplista, los problemas de comunicación entre el artista y su público. Rivera quiso educar a un público nuevo sin conocer o aceptar las reglas de ese público. Una de las reglas era justamente que el propietario del contexto último de la obra de arte determina su destino y su función, y aquí el propietario era Rockefeller. Y Rockefeller no quiso que Rivera se pusiera en comunicación con el público que él quería, o por lo menos que le dijera lo que quería decirle. Y todo esto, estas relaciones y como discutirlas, también es enseñable.
Vuelvo entonces a mis creencias del principio: que el proceso de educación de los artistas en el día de hoy es un fraude, y que las definiciones que se utilizan hoy para el arte funcionan en contra de la gente. El error mayor en la estructura de la enseñanza del arte entonces parece ser la ignorancia de sus contradicciones. Existe una estructura diseñada para enseñar arte, pero el mercado es incapaz de absorber a los que se gradúan de esa enseñaza. Existe una estructura diseñada para enseñar arte, pero es una que está acompañada por la presunción que la creación artística no es enseñable. La forma más cómoda y barata de resolver estas hipocresías sería la eliminación de la estructura y olvidarse del problema. La más difícil, cara, pero responsable y ética, es enfrentar la misión del creador en lugar de la del artesano, y educar a la sociedad para que reconozca y financie esa misión.
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Luis Camnitzer*
Fuente: ESFERA PÚBLICA

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